domingo, 28 de abril de 2013

Mar

Llegó el día.
Toda la familia se puso en marcha. Grandes, pequeños... carreras arriba y abajo, bolsas que se llenan, coches que se cargan,

- ¿Estamos todos? ¿Falta alguien?
- Sí, estamos todos. No falta nadie, no nos dejamos nada. Tranquilízate.
- ¿Y el abuelo?
- El abuelo también está aquí.

Se quedó más tranquilo. Todo iba bien.
Al cabo de un rato la comitiva llegó al puerto. No había sido fácil, ni barato, pero habían podido alquilar un barquito, una pequeña embarcación de recreo. Por suerte, no necesitaban tripulación para pasar aquel día en el mar. Era un esfuerzo, pero aún así, necesario.

Recibieron las últimas instrucciones, subieron a bordo y zarparon. Despacio primero, un poco más rápido después, Y luego a toda máquina. Con el viento en la cara desde el puesto de mando. Más abajo, los críos chillaban, mientras la cerveza y el bronceador circulaban a partes iguales. Por fin, se pararon los motores y, allí arriba, se hizo la calma.

- ¿Estás bien?
Esa voz normalmente le tranquilizaba. Pero en esa ocasión, tuvo que dejar la pregunta sin respuesta. En silencio, soltó el ancla, bloqueó el timón y bajó a cubierta.

Cuando llegó a la borda, toda la familia se reunió allí. Los chillidos de los críos cesaron, y la cerveza se quedó en las neveras.

- ¿Estamos todos?¿Falta alguien?
- Sí, cariño. Estamos todos.
-¿Y el abuelo?
- El abuelo también está aquí.

Una pausa, un suspiro, y entonces él alargó las manos encontrándose con las de ella que sujetaban la urna. La miró unos instantes, la abrió y dejó que la brisa marina le ayudase.

- Adiós, abuelo.

 Mar

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