miércoles, 10 de junio de 2015

Incertidumbre cuántica

Se encontraba perdido. Su vida era un laberinto. No encontraba la salida. Por más que lo intentara.

Se sentía como un diminuto electrón. No hacía más que dar vueltas y vueltas alrededor de algo mucho mayor que él, que lo atrapaba al mismo tiempo que le impedía estar quieto. ¿Dónde estaba? ¿Dónde iba? Eran preguntas que no podía responder. Cuando creía saber la respuesta a una de ellas, era incapaz de dar respuesta a la otra.

Ni siquiera podía recordar desde cuándo estaba en esa situación. Podía ser desde hacía un instante, como desde el principio de los tiempos. O algo intermedio. Qué más daba. El caso es que podía sentir que la desesperación se apoderaba de él, una oscura negrura que lo envolvía sin remedio, impidiéndole ver la luz.

Hasta que por fin, un día, sin esperarlo, sin buscarlo, sin poder hacer nada, algo cambió.

Una fuerza superior lo atraía hacia él. Una fuerza que le dio la energía suficiente para dar el salto que hasta ese momento se le había negado. Un salto que había intentado muchas veces pero que nunca fue suficiente. A veces por poco, a veces por mucho, pero aunque había rozado la libertad, el resultado siempre fue el mismo: volver a su condena, aprisionado a los mismos cimientos que significaban tanto su vida como su destino.

Pero no ese día, no en esa ocasión. Porque, por algún azar desconocido, pudo cambiar de aires. Cierto era que su situación no había cambiado sustancialmente. Seguía dando vueltas y más vueltas, pero al menos esta vez, se sentía más libre, al tiempo que una sensación electrizante recorría todo su ser.

Miró al exterior. Abril. Primavera. El sol. Los rayos que le envolvían, le transmitían su energía.

Y lo empujaban más y más lejos.


Nube cuántica

domingo, 10 de mayo de 2015

Raíces

El piso de arriba.

La escalera plegable, los escalones estrechos, la trampilla.

Bajó la trampilla y subió los escalones. Un paso cada vez. Asomó la cabeza al desván; las manos, el cuerpo. Volvió allí una vez más.

Tuvo que esperar hasta que el polvo se calmó. Pero no sólo el polvo. También su corazón necesitaba tiempo.

Pom-pom, pom-pom...

Encendió la vieja bombilla del techo.

Y más tiempo. Para sus ojos. Para sus recuerdos.

Empezó a buscar lo que venía a buscar. ¿Por dónde empezar? Las cajas apiladas, las etiquetas, explicaban la historia de su vida. Desde que podía recordar, podía seguir su propia evolución hasta... hasta lo que no quería recordar.

Repasó rótulos, abrió cajas. Fue inútil. No lo encontraba. Así que tuvo que buscar donde no quería. Su pasado. Sus recuerdos.

Y se vio allí, otra vez, en otro tiempo, otro mundo.

No era el desván. Era su castillo, desde donde gobernaba sus dominios. Y su atalaya, desde donde los controlaba, tomaba el lugar que ocupaba el rincón junto a la rendija de la pared.

Oteó una vez más. Lo vio. Y se vio.

Se vio a sí mismo cavando un hoyo con sus manos a una profundidad a la que nadie podría llegar jamás.

Sí, ¡eso era! Se puso de pie de nuevo, se acercó a la escalera, y con una sonrisa apagó la bombilla.


Raíces