domingo, 10 de mayo de 2015

Raíces

El piso de arriba.

La escalera plegable, los escalones estrechos, la trampilla.

Bajó la trampilla y subió los escalones. Un paso cada vez. Asomó la cabeza al desván; las manos, el cuerpo. Volvió allí una vez más.

Tuvo que esperar hasta que el polvo se calmó. Pero no sólo el polvo. También su corazón necesitaba tiempo.

Pom-pom, pom-pom...

Encendió la vieja bombilla del techo.

Y más tiempo. Para sus ojos. Para sus recuerdos.

Empezó a buscar lo que venía a buscar. ¿Por dónde empezar? Las cajas apiladas, las etiquetas, explicaban la historia de su vida. Desde que podía recordar, podía seguir su propia evolución hasta... hasta lo que no quería recordar.

Repasó rótulos, abrió cajas. Fue inútil. No lo encontraba. Así que tuvo que buscar donde no quería. Su pasado. Sus recuerdos.

Y se vio allí, otra vez, en otro tiempo, otro mundo.

No era el desván. Era su castillo, desde donde gobernaba sus dominios. Y su atalaya, desde donde los controlaba, tomaba el lugar que ocupaba el rincón junto a la rendija de la pared.

Oteó una vez más. Lo vio. Y se vio.

Se vio a sí mismo cavando un hoyo con sus manos a una profundidad a la que nadie podría llegar jamás.

Sí, ¡eso era! Se puso de pie de nuevo, se acercó a la escalera, y con una sonrisa apagó la bombilla.


Raíces