lunes, 9 de mayo de 2016

Adelante

¡Viajeros al tren!

O como se diga...

El plan de ese día era ir desde Kyoto a Nara, para lo cual tendría que coger un tren local. Nada de los más lujosos trenes bala que había cogido antes. Esta vez no, esta vez tocaba un modesto transporte lleno de turistas como él, escolares y gente con poca cosa que hacer.

No sabía si sería un buen día. Era visita obligada, según todas las guías y todos los consejos bienintencionados que había recibido. Pero caía una ligera lluvia que no parecía que fuera a cesar.

Cualquier otro se podría haber amedrentado. Pero no él. Él decidió que puesto que había hecho el viaje hasta allí, no valía la pena perder el escaso tiempo de que disponía. Así que había preparado la mochila. La cámara, montones de papeles, un chubasquero. Eso, desde el hotel. En la estación eligió un bento y una botella de agua.

Una vez en destino, no tuvo más que seguir la riada de turistas. A él no le gustaba ser manada. Pero de momento, se dijo, vamos al mismo sitio. No es que yo les siga, es la coincidencia. Ya les daría esquinazo más adelante. ¿Cuándo? Pronto. En cuanto estuvo cerca del primer punto marcado de su itinerario, se paró. Sacó sus apuntes y se situó.

- Vale, ya veo. Ya sé dónde estoy. Tengo que ir por esa otra calle, caminar un poco y al ver el estanque, dirigirme allí.

Esas palabras se decía mientras se resguardaba debajo de una rama. No es que le tapara mucho, claro está. El agua no se deja intimidar tan fácilmente y poco a poco lograba esquivar los impedimentos y dirigirse al suelo. Pero no importaba. ¿Un poco de agua? La que le llegara se lo había merecido, y él ya había decidido que mojarse no era un problema, sino un aliciente más.

De pronto, notó algo diferente. Lo vio primero en el estanque y lo notó después en los pies.

El suelo vibraba. No podía llegar a decir que se moviera, pero el movimiento telúrico era evidente. Se quedó frío, en silencio.

Pasaron cinco segundos. Diez. Mil. Millones.

Medio minuto. Y se acabó.

Miró alrededor. El mundo no se había detenido. Nadie gritaba, nadie parecía alterado. Todo lo contrario. Los árboles seguían en pie, los niños seguían asaltando a los turistas y los ciervos seguían comiendo de la mano de cualquiera que se atreviera.

Pero nadie parecía haberse alterado lo más mínimo. Nadie había reparado en él, ni se preguntaba si estaría bien. Un inquietante pensamiento se plantó en su mente, y al crecer, hizo que se planteara... ¿qué hubiera pasado con un movimiento mayor? ¿Y si se hubiera abierto la tierra? ¿Y si él hubiera desaparecido allí mismo? ¿Quién lo sabría? La respuesta... nadie.

Sacudió esa idea de su cabeza que salió disparada junto con un par de gotas de agua de lluvia.

Y sonrió.

Sonrió porque veía claro que el día sería estupendo y el viaje, genial.

¿Qué lo podría estropear?



¿Lluvia? ¿Y qué?

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