sábado, 29 de octubre de 2016

Hilo conductor

Miro esta foto que hice a los mosquetones de mi disipador cuando los estrené.

Estaban nuevecitos. Hoy ya no lo están pero están igual de gastados. ¿Qué les ha pasado? Pues que han pasado por muchas cosas, juntos y separados a la vez. Juntos porque allá donde iba uno, poco después iba el otro. Y separados porque cada uno hace su trabajo haga lo que haga el otro. Y unidos, en todo caso, por un hilo conductor apropiadamente llamado cable de vida.

En la vida, a veces, encontramos personas a las que nos une otro hilo conductor. Como mis mosquetones, funcionan por separado, pero a la vez necesitan del otro. Y así, aunque sea durante un poquito, recorren un trozo de vida juntos, de forma indisoluble. Es un acuerdo a menudo tácito, en el que no hace falta hablar porque el objetivo común es vínculo suficiente.

Y al finalizar, se despedirán hasta otra ocasión. Porque mis mosquetones tienen pareja fija, pero hilos conductores hay muchos, y quien nos acompaña ahora puede no hacerlo a la siguiente ocasión. Tal vez más adelante, tal vez nunca más. Pero lo vivido en ese tramo, sea como sea, habrá dejado su huella.

Y aquel vínculo, aunque efímero, se torna también eterno.

Queda la duda de si ambos mosquetones lo han vivido (y percibido) igual. Pero, por una vez, es mejor dejar esa pregunta sin contestar.

El silencio puede ser mejor alimento (y aliento) que las palabras.


Hilo conductor

viernes, 14 de octubre de 2016

Las musas

Musas...

Recuerdo la primera vez que leí esa palabra.

Fue en un libro de texto de lengua, en EGB (jovenzuelos, id a la wikipedia). No era más que una pequeña nota, relacionada con el texto principal. Decía que las musas eran seres mitológicos, normalmente mujeres, que inspiraban a los poetas y les susurraban ideas. Sin su favor cuasi divino, la tarea de escribir era imposible, por lo que había que hacer lo imposible por atraerlas y tener mucho cuidado de no auyentarlas.

Las musas, como seres mitológicos que son, obviamente no existen... ¿o sí? Se podría acudir al tópico y decir que el mundo avanza una barbaridad y las musas existen, aunque de una forma distinta.

Pueden seguir siendo mujeres, en muchos casos. Y desempeñan su labor a la antigua usanza, inspirando una creación que, mejor o peor, no habría sido posible sin su intervención. Sólo que... a veces son conscientes de ello, y a veces no.

A veces son conscientes, ya sea porque se les pone una vela (ejem...) o porque participan con algo más que la mera inspiración.

Pero a veces... a veces no son conscientes de sus propios actos, de sus poderes y de su magia. Y no sólo no son conscientes, sino que no lo serán nunca, ni lo pueden imaginar.

A menudo, es un gesto, una palabra, o incluso un silencio, lo que desencadena ese torrente de energía mística que emana de ellas y provoca ese clic tan necesario en el humilde autor. ¿Y cómo puede ser que no se den cuenta? ¿No notan acaso que se les escapa siquiera un poquito de energía, un pedacito de ser?

Pues no, y ésa es la parte más mágica de todas. Porque el proceso, lejos de desgastar o de erosionar, no hace sino crecer al que recibe y, ojalá, a quien entrega esa chispa invisible.



Las musas

miércoles, 12 de octubre de 2016

Lo peor

Unas cuantas horas más de interminable viaje y llegaría.

Se despertó con el traqueteo del coche de la carretera, si es que aquello se podía calificar de tal. No llegaba ni a camino de cabras. Estaba acercándose al fin del mundo, y aún no sabía ni cómo había llegado hasta allí. O peor aún... lo sabía demasiado bien.

Volvió a cerrar los ojos y se puso a repasar la conversación que mantuvo hacía tan solo dos semanas. Una cena entre viejos amigos, un par de copas, un ven aquí que te voy a contar un secreto... y el par de ojos más hipnóticos mundo.

A partir de ahí, sintió que todo se le escapaba de las manos. Como quien aguanta una soga y los dedos se niegan a obedecer. Lo puedes ver, lo sientes, lo sabes... pero no puedes evitarlo. Así se había sentido. ¿Cómo le había podido pasar de nuevo? Mejor no pensarlo. Porque había pasado y ya era tarde para volver atrás.

Estoy preparando una expedición, dijo. ¿De qué se trata?, respondí. Es una inmersión en una zona de coral. Es fácil, y más para alguien como tú. ¿Como yo? Ja, ja. Sí, ja, ja.

Pensaba que la trampa le funcionaría así de fácil, que volvería a picar... La maldita engreída tenía razón. Cuando se quiso dar cuenta ya estaba renovando su pasaporte y conociendo a su guía para viajar a tres millones de kilómetros de su casa, una vez más, después de tantos años.

¿Y por qué? No era el mejor para aquel trabajo, ni el único que lo habría hecho. Tal vez años atrás sí hubiera sido el más apropiado. Pero ahora era viejo, fuera de lugar como un gramófono en el siglo XXI. Todo vuelve, dicen algunos. Bueno, no todo. Él no debería.

Y sin embargo...

Y sin embargo, pronto estaría escupiendo en unas gafas y respirando con una botella a 20 metros de profundidad, mientras observaba de nuevo el cristalino fondo del mar en busca de ni importa qué.

Porque después de todo, lo peor, y de eso sí estaba seguro, lo peor es que la maldita tenía razón.



Lo peor